miércoles, 22 de marzo de 2017

I Samuel 2 (Michelle 14/11/2016)


En el capítulo de hoy encontramos dos partes: El Cántico de Ana y el pecado de los Hijos de Elí.

La semana pasada comenzábamos con la historia de Samuel, nacido de una mujer estéril, Ana, a quien Dios le concede la gracia de ser madre después de muchas oraciones a cambio de consagrar a su hijo para servirle todos los días de su vida. Es por ello que Ana quiere dar gracias al Señor, entonando un cántico de carácter profético y mesiánico, expresando la alegría que ella siente porque Dios se apiadó de ella.

El cántico de Ana es un canto de alegría, es una acción de gracias. Reconoce que todo está en manos de Dios, bajo su control. Dios es soberano, para Él nada es imposible: Él es el director de nuestras vidas. Por ello, la gratitud de Ana nos recuerda que debemos ser pacientes y entender que Dios tiene preparado un plan para cada uno, que siempre es para bien. Porque, como exhorta el Papa Francisco en la encíclica Evangelii Gauidum (n.273):Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”. Dios nos escucha en cada una de nuestras oraciones. Pero tan importante es rezar, como lo es también dar siempre GRACIAS.

San Pablo nos recuerda en 1 Tesalonicenses  (5, 18) que debemos dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros. Cuando éramos niños, nos enseñaron a dar gracias, y es que es de bien nacidos ser agradecidos, porque de esta manera nos mostramos pobres, humildes, y más unidos a Dios cuando nos concede nuestras peticiones según su voluntad.

Samuel, ya al servicio de Yahvé, crece con el sacerdote Elí, quien bendice a Elcaná y a Ana para que Dios les conceda descendencia como respuesta a la consagración de su hijo. Y así fue: tuvieron tres hijos y dos hijas.

Elí era muy anciano y tenía dos hijos también sacerdotes: Jofní y Pinjás. Mientras Samuel crecía espiritualmente al lado de Elí, Jofní y Pinjás, no conocían a Dios, eran hombres corruptos, cometían pecado y se honraban a sí mismos antes que al Señor. Los hijos de Elí son el ejemplo actual de una generación que nació en la Iglesia, como muchos cristianos que fueron bautizados pero ya no reconocen a Dios, están lejos de Él, abandonan su Fe mirando hacia otro lado y prefieren las comodidades.

Elí intentó corregir a sus hijos, pero no perseveró ante su indiferencia. No supo transmitirles el temor de Dios ni enseñarles el camino de Dios. Pero el Señor, que es misericordioso, no manda juicio sin antes hacer una advertencia. Ante la pasividad del sacerdote por la actitud de sus hijos, Dios llama la atención a Elí para que se arrepienta, no directamente a sus hijos, si no a él como patriarca responsable de lo que sucede en su familia.

El capítulo 2 es un contraste entre la gratitud aceptando la voluntad de Dios, y la pasividad ante el desprecio a sus ofrendas; de una madre que consagra su hijo al Señor, a un padre que honra a sus hijos antes que a Dios. En otras palabras, es importante comprender la bendición de honrar a Dios, darle GRACIAS, y complacer al Señor antes que a uno mismo y a los demás, sin permanecer pasivos dando a conocer su Palabra, ya que Él es nuestro centro: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

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